lunes, 20 de julio de 2009

Veranillo II

De veras me fui de vacaciones añorando un descanso (merecido?) al murmullo milenario de las olas y de cara a la brisa húmeda y cálida del Pacifico. El planeta podía esperar, que más da. Sin embargo, siguiendo un amigable consejo, me instalé en un Hilton todo incluído en donde la única preocupación de los huéspedes es tratar de sacarle partido al último centavo invertido en su hospedaje.


Y claro, a mi ojo observador de las múltiples señales que el cambio climático nos pone por doquier no podía pasarle desapercibido la actitud de desperdicio que reinaba en el ambiente. Aunque destesto las hamburguesas tuve que mirar un sinnúmero a medio comer, gaseosas a medio tomar y cocteles sin terminar a expensas de los insectos, únicos supervientes de la fauna del lugar. Aqui la gente no descansa, se somete a otro horario. Al horario frenético que impone el chef, el bartender o el expendedor de snacks. No hay espacio para la tranquilidad y el esparcimiento y menos aún procurar la quietud de espiritu y el bálsamo para el alma.


Ah! por supuesto, es el ritmo de vida que nos da el consumo. En esta burbuja consumista no existe un mundo más allá de los portones. El día se incia y se consume aquí mismo en un afán de suicidio colectivo. Afuera nada importa, la lluvia, el viento y el devenir perenne de las estaciones son sucesos irrelevantes y carentes de sentido. Lo que importa es el ahora, es descontar a cualquier precio un servicio prepagado.


Así las cosas, no puedo dejar de pensar en el planeta. Cuánta cantidad de desechos significa un huésped diario? Será eficiente el sistema de tratamiento de desechos y de aguas residuales? Valdrá la pena cada dólar pagado a una cadena hotelera que nos inventa un paraíso? En medio de este frenesí, con esa preocupación en mi cabeza, buscando en donde guarecerme, fui a dar al pie de un farol que en el muellecito, testigo mudo y olvidado de la escena, abría una espacio de luz hacia la noche.


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